Quiero que todos mis hijos sean mujeres

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Este enunciado puede traerme problemas ya que no sólo tengo hijas mujeres pero también tengo un niño pequeño. Un hombrecito, el elegido, el esperado, “el varoncito por fin señora”, así es, quisiera que él también tenga todas sus partes de niña altamente presentes en su ser.
Veía el maravilloso, extraordinario, inspiracional discurso de Eve Ensler en TED:

http://http://www.ted.com/talks/eve_ensler_embrace_your_inner_girl#t-1161972

(Veánlo porque es absolutamente revelador y porque no hay excusa, hay subtítulos en todos los idiomas) y aunque ya lo intuía, reconfirmó mis sospechas de que si todos fuéramos más mujeres seríamos más felices. Menos razón y más corazón: Ese es el lema de mi vida. Me ha tomado montañas enteras de terapia para destejer el tejido de mi educación y allí continúo anudando entre mis propios dedos. Aceptándome. Lucho contra mi necesidad de complacer y quiero romper con esa cadena y cooperar a que los niños del futuro lejos de complacer, crean, vivan, rompan, liberen, escuchen, amasen, amen, todo con locura e intensidad. Según Ensler, y yo lo creo igualmente, eso sólo es posible si no reprimimos a las mujeres interiores que todos, TODOS llevamos dentro.
Me pongo a pensar en los hombres de mi vida. Salvo a veces mi esposo, criado por mujeres y que aún preserva algo de esa niña interior, los demás están doblados de dolor por dentro. Están prohibidos de llorar, conmoverse, dramatizar, intuir, hacer conjuros mágicos, desear imposibles, hablar de sus sueños, en fin, de continuar con su infancia. Prolongarla para hacer de la vida adulta un lugar tolerable. ¿Cómo hacen?, me pregunto y no quiero saberlo.
No quiero hacer eso con mi hijo. Quiero que mis hijos, todos, celebren su mujer interior.
No tengo mucho más que añadir. Este post nació del exabrupto causado después del viaje emocional por el que Eve Ensler me llevó de la mano. Nada más y como siempre agradecer por las intensidades de la vida y desearles a todos una feliz y sana niña interior.

El placer de ser mujer

Estuve lejos y volví. Volví porque ahora encuentro tiempos sin culpa y porque no siento la necesidad de escapar para hacer mis cosas. Los niños están creciendo y hay una cascada creativa que tengo que encauzar porque sino explotaré.
He decidido que es muy difícil encontrar temas cercanos a mi que sean siempre respaldados por cifras o investigación periodística, cuando los haya los trabajaré, pero en el entre tiempo hablaré desde mi experiencia porque es tan válida como la de cualquiera. Siendo ese el tono, aquí va la primera entrega post silencio.

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Soy la hija mayor de una familia medianamente tradicional, algunos dirían que muy tradicional otros que eran casi liberales, todo depende del cristal con el que se mire. Lo cierto es que siendo la hija mayor hubo varios detalles que se me otorgaron con este sólo hecho, entre ellos el no haber sido un varón.
Durante muchos años sentí una especie de deuda con el universo, con mi padre sobretodo, mi abuelo quizá también y podría ser secretamente incluso con mi madre, por no haber sido el niño varón que él/ellos esperaba(n), el primogénito deseado, el primer niño, el primer nieto, la continuación del apellido y toda esa tonelada de barbaridades que muchas personas suelen creer. Lo cierto es que este detalle hacía que mi feminidad fuera un obstáculo, algo que debía “superar”.
Hice todos los esfuerzos por contrarrestar este supuesto handicap, muchos de ellos tremendamente fallidos, pero de igual manera los hice. Mis mejores amigos fueron siempre hombres, entendí y aprecié el humor masculino (aún lo hago), desarrollé pasión por el fútbol, los autos, despotriqué contra el drama femenino y renegué de los abrazos post sexo durante años. La regla era algo de lo que no hablaba, “¿cólico, yo?, imposible, eso es para chicas”, ¿escándalos, llanto?, sólo en momentos de terrible descontrol e incluso llegué a pensar que la vida hubiera sido más fácil de haber sido hombre.
Cuando lo pienso ahora me parece un terrible error. No me mal entiendan, aquí no hay nadie a quien culpar más que a mi y no ando en búsqueda de ningún tipo de reconocimiento, ni empatía, ni ninguna de esas cosas. Sin embargo, es muy posible que el medio asquerosamente machista, reivindicador y glorificador de lo masculino en el que vivimos haya hecho mella en este proyecto de ser que yo era.
Pero ya no es más así, en algún lugar del camino me reconcilié con esa mujer en mi, abracé mis lados más blandos, descubrí mi pelo, mis caderas, lo reconfortante de la risa femenina y el placer de conversar entre nosotras. Cuanto tiempo perdido pensé y sigo pensando.

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Después de mi primer parto descubrí que tenía que ser mujer para dar a luz, pero no un poco mujer, sino recontra mujer. Conectarme con mi cuerpo, con mi ciclo, con la luna y todo lo femenino que nos habita.
Comencé mi camino y mi búsqueda. No les diré que no me costó tumbar varios paradigmas que me habitaban. Pasé por varias crisis, hacia afuera y hacia adentro, sabiendo y reconociendo que de no encontrar a esa mujer que habitaba en mi, mi hija en ese entonces y mis hijas de hoy en día iban a tener muchos problemas en reconocerse como mujeres y amarse. Ya no se trataba sólo de un camino personal, era una cruzada familiar.
Empecé con mi propio parto, tratando celebrar mi propio nacimiento hacia lo femenino. Me convertí en doula. De pronto me encontré militando a favor de la lactancia materna, del parto respetado, tratando de ayudar a otras mujeres a encontrar a la madre que llevaban dentro y que la loca vida se había encargado de ahogar. Descubrí a la loba en cada mujer, esa fiera que despierta con tu primera cría y la adoré. Nunca me he sentido más poderosa, más fuerte, más capaz y más llena de color que en este momento. Soy una mujer hecha y derecha (como dice mi abuela) y lo estoy disfrutando muchísimo.

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Hoy habito muchos círculos femeninos, el Círculo de la Luna https://www.facebook.com/pages/C%C3%ADrculo-de-la-luna-Madres-mujeres-y-bloggers/770581402964190 (madres, blogueras, lunáticas), el de Tradiciones Femeninas, https://www.facebook.com/groups/602268129846096/?fref=ts, el de doulas, https://www.facebook.com/ammarperu?fref=ts, pero y sobretodo el círculo de mujeres de mi hogar.
Mi camino ahora es el de celebrar lo femenino en mis hijas y las diferencias maravillosas que hay entre los hombres y las mujeres. Si tienen hijas, traten de hacerlo, porque la vida nos pondrá a prueba en muchas ocasiones y siempre es una ventaja sentirse a gusto y plena en nuestra propia piel. Es un regalo invaluable.
Este post es en agradecimiento a la vida por las enormes sorpresas que nos regala, por el lujo de aprender y mutar todo el tiempo y por el tremendo placer de ser una bruja y mágica mujer.

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El desafío de un hogar mono parental

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Hace varios años que el trabajo de mi esposo incluye viajes. Básicamente desde que regresamos de Londres a Lima con mi pequeña familia de ese entonces, mi esposo se ausenta varias veces al año en cortos y no tan cortos viajes. Desde la primera vez que Kira y yo nos quedamos solas comencé a sentir una tremenda admiración y empatía por los padres de familias mono parentales. Es un desafío gigante.
No sólo las cosas administrativas del hogar se tornan complejas sino y sobretodo el desgaste emocional de criar un niño en soledad es enorme. Ahora imaginen criar tres. Allí estoy yo.
Sin embargo, y a pesar del desafío que implica la soledad mono parental, yo tengo muchísima suerte, mi esposo, inshallah, volverá sano y salvo cada vez a tomar la posta y ayudarme a criar a estos seres humanos maravillosos. Hay miles de familias en este país cuyas cabezas están y seguirán solas. A ellos y ellas toda mi simpatía y respeto.
En Perú se calcula que el 24% de niños crece sólo con un padre y el 10% sin ningún padre. Así mismo alrededor del 51 % de los hogares incluye parientes de familia extensa, es decir, tíos, tías, abuelas, abuelos, primas, etc.
En el mismo camino, cerca de medio millón de madres peruanas son solteras, registrando los departamentos de La Libertad, Arequipa y Piura el mayor número de madres que se encargan solas del cuidado de sus hijos en el interior del país, según una investigación realizada por la ONG Ciudadanos al Día (CAD).
Cuando hablo de mi experiencia mono parental lo hago sólo desde el punto vista emocional y estratégico, lejos estoy de sostener económicamente sola a esta familia. Eso ya es para los laureles mayores.
Muchas veces he escuchado a mi abuela decir que éste es un país de mujeres valientes y le creo, no es que los hombres no lo sean, pero tenemos un porcentaje bastante alto de mujeres sacando adelante a sus familias completamente solas. Según el INEI, a nivel nacional, 487 mil 321 madres son solteras, constituyendo el 7 por ciento del total de madres, frente a las casadas (43 por ciento), convivientes (34 por ciento), viudas (8 por ciento), separadas (7 por ciento) y divorciadas (1 por ciento).
Lima Metropolitana cuenta con el mayor número de madres solteras (182 mil 466), seguido de La Libertad (27 mil 167), Arequipa (25 mil 970), Piura (22 mil 394) y Callao (22 mil 147).
Me pregunto si, muy aparte del tema económico, tendrán los mismos desafíos que enfrento yo cuando mi esposo se va. El de tener tres críos hambrientos de afecto al mismo tiempo, cada uno con demandas muy particulares; la primera debatiéndose entre la matemática y la pubertad incipiente, la segunda pidiendo a gritos apapachos, lecturas al dormir y negándose a dejar de ser bebé y el tercero enganchado a la teta y los pelos de la madre. Termino absolutamente fulminada.
Cuando lo pienso bien, mi esposo es una gran ayuda pero aun cuando llega tarde de la oficina, es decir, cuando llega y ya los tres niños están acostados, es igual de importante para mi: Hay un adulto con quien hablar, hay alguien a quien contarle mi día y que me cuente el suyo. Ese sólo intercambio me salva de la locura.
Lo que más me sorprende del tema de la mono parentalidad, sobre todo de aquella liderada por la mujer (sólo puedo hablar desde mi experiencia), es la crueldad del resto de la sociedad a la hora del juzgamiento. A lo largo de los años de experiencia esporádica de maternidad soltera he recibido todo tipo de juicios, sobre todo de otras mujeres, cuchicheos, levantadas de ceja: “seguro el marido la dejó, ¿qué habrá hecho pues?, ¿serán los tres del mismo?, ¿qué horror?” o por el estilo. Mas de una vez me ha tocado acallar los bramidos de alguna de mis hijas en un brazo y bolsas de compras en el otro y sólo recibir las miradas aterradas de madres semi perfectas en la fila del súper. Y ahora que tengo otro bebé es como si me hubiera auto sentenciado al silencio y aceptación, porque cada vez que levanto mi voz diciendo, “asu madre qué tal chamba era esto” aparece alguien, desde cualquier rincón diciendo “¿no era lo que tu querías?, ahí está pues, un bebé es trabajo”, como si no lo hubiera sabido al buscarlo.
En fin, esta es mi pequeña catarsis frente a la ausencia de mi compañero de vida. Cada vez que se va lo aprecio más y admiro más a todas las mujeres de mi vida y del mundo, a las que se cargaron una familia al hombro solas y a las que lo hicieron acompañadas también. Agradezco todos los días que las cosas estén cambiando, que algunos hombres ahora críen con nosotras y que su ejemplo haga que nuestros hijos busquen crear una familia donde las responsabilidades estén compartidas.

365 días

Gina

“Nothing prepared me for the loss of my mother. Even knowing that she would die did not prepare me. A mother, after all, is your entry into the world. She is the shell in which you divide and become a life. Waking up in a world without her is like waking up in a world without sky: unimaginable.” Meghan O’Rourke (Nada me preparó para la muerte de mi madre. Ni siquiera el saber que ella moriría me preparó. Una madre, después de todo, es tu entrada al mundo. Ella es la concha donde te dividiste y convertiste en una vida. Despertar a un mundo sin ella es como despertar a un mundo sin cielo: inimaginable.)

Cuando inicié este blog lo hice con el compromiso de que no sería un espacio de sólo experiencias personales, quería documentar, entregar cifras, hacer un mínimo decente de investigación y entregar piezas que pudieran tener un contenido. Sin embargo, hay temas en la vida que son infranqueables, la muerte es uno de ellos.
Hoy se cumplen 365 días desde la muerte de mi madre. Algunos le llaman “partida”, “ausencia”, “desde que no está” dicen, “cuando se fue”, en fin, un sinnúmero de eufemismos, pero lo cierto es que es un año desde que murió. Su cuerpo dejó de existir y con él mi cotidiano con ella. Nunca pensé cómo sería esta orfandad. Es dura.
Mi madre era maravillosa, como todas la madres estoy segura, pero la mía era especial. Extraño su risa, su voz de adolescente y su mirada estrellada sobre la vida, “todo va a estar bien, no te preocupes” era su frase bandera. A veces realmente necesito esa conexión a lo etéreo que me recuerde que nada verdaderamente importa, porque la locura terrenal me invade rápidamente, trepa mi existencia como la hiedra hasta el punto de sofocarme.
Me senté a escribir esta entrega muchas veces, tratando de “levantar”, como llamamos los periodistas, el tema de la muerte a través de lo que estoy viviendo. Pero no puedo darle la vuelta, tengo que escribir sobre ella y recordarla, porque sólo haciéndolo tiene sentido el continuar. Y es que muchos seres humanos nos hemos olvidado de los procesos. El de la aceptación de la muerte es uno de ellos.
Yo leí todo lo que se tenía que leer sobre el duelo, las siete fases y todo lo demás. No me sirvió ni un poco; aquí me tienen, un año después y no hay un sólo día en que la mente no me traicione y me haga pensar que tengo que llamar a mi mamá por teléfono porque hace tiempo que no hablamos. Eso no está en ningún libro. Tampoco está el hecho de que la siento más cerca de mi que cuando estaba viva o que sostengo conversaciones enteras con ella sin recibir más respuesta que la tremenda intuición de su cercanía, eso tampoco aparece en ningún “Supere la muerte de un ser querido en 30 pasos”.
Y es que la muerte para nosotros es un escándalo, es una locura y es un tabú. Nunca hablamos de ella. ¿Cómo es posible que siendo seres finitos, que cuando nacemos al mundo la única certeza que tenemos es que nos vamos a morir, vivamos de espaldas a la muerte? Esto no tiene ningún sentido. Todos moriremos, nuestros padres, nuestros hijos, nuestros hermanos y obviamente nosotros. ¿Cómo es posible que no preparemos a nuestros hijos, con el mismo amor con el que lo hacemos para la vida, para la muerte?
Yo he decidido cambiar las historia con mis niños (lo que no significa que yo esté en lo correcto o que usted deba hacerlo con los suyos) y hacerles saber que la vida física termina y no necesariamente cuando eres viejito y te quedas dormido. Termina cuando tu camino en este plano se acaba. Yo creo que está lejos de ser el final, pero ese ya es un tema de creencias.
Contra todo lo que pensaba y a pesar de la pena que pueda causar la idea de la ausencia, ellas lo han tomado bastante bien, encuentran paz en el hecho de saber que su abuela está cerca, no la ven, ni la escuchan, pero está y también siento su paz cuando hablan de cómo todos hemos de morir alguna vez. A través de esta forma de encarar la muerte honro el recuerdo de mi madre, construyo memorias posteriores a su vida física para que mis hijas puedan guardar y atesorar.

“El budismo propone una visión que aún es revolucionaria hoy: la vida y la muerte existen en la mente, y en ningún otro lugar. La mente se revela como la base universal de la experiencia; es la creadora de la felicidad y la creadora del sufrimiento, la creadora de lo que llamamos vida y de lo que llamamos muerte.” El libro tibetano de la vida y la muerte. Sogyal Rimpoché.

Este es mi camino y hacia allá trato de andar día a día. No les voy a negar que aún a pesar de ser mi mente la que crea la experiencia de dolor, no lo sienta. La mente es poderosa dicen muchos y les creo. Sin embargo, este fue (El libro tibetano de la vida y la muerte) y sigue siendo uno de los pocos textos que me ayudaron y me ayudan a entender, continuar, aceptar y porque no, anticipar el momento de la muerte. Es un tesoro.

“Así, lo que ocurre en la muerte es que hay una brecha o espacio fértil en vastas posibilidades, es un momento preñado de tremendo poder, en el que lo único que importa o podría importar es cómo está exactamente nuestra mente. Despojada de un cuerpo físico, la mente se alza desnuda, asombrosamente revelada como lo que ha sido siempre: el arquitecto de nuestra realidad”

Yo añoro profundamente a mi madre. Su sonrisa está en la mía y eso me llena de alegría y también de melancolía. Sin embargo, estoy aprendiendo y en el camino enseñando, que la muerte no es vulgar ni atemorizante, que la parca no viene a llevarnos en forma de esqueleto del averno, sino más bien que es un paso maravilloso, el despertar a una nueva vida, quizá quién sabe a la vida real.

A Gina, con todo mi amor, hasta el cielo y las estrellas…

Un tema peludo

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El tener hijas mujeres es sobretodo un placer, pero también tiene sus bemoles como diría mi abuela. Las tres mil cuatrocientas preguntas cuestionando todo lo que haces a cada momento es uno de ellos. Como bien lo saben los padres y madres, a más pequeño el niño, más fácil de contestar las preguntas, pero cuando llegan a cierta edad, como las mías, pues uno termina cuestionándoselo todo. En este caso, la presencia o ausencia forzosa de los pelos del cuerpo.
La conversación fue mas o menos así:
-Ma, ¿por qué te depilas?
-Porque me enseñaron que el depilarme era parte de la rutina de belleza de las mujeres, es para verte bonita.
-¿Duele?
-Muchísimo, aunque al final y con los años, te acostumbras al dolor.
-¿Es feo el vello?
-No, no es feo, de hecho es útil, pero es un poco raro, aunque quizá si es un poco feo.
-Entonces, ¿mis piernas son feas?
-Nooooo, tu eres hermosa mi amor. Los vellos en las niñas no se depilan, no importa si están allí.
-Ma, eso no tiene sentido.
-(Silencio maternal)

Es verdad, no tiene sentido. Los rigores tan estrictos de las rutinas de belleza femeninas no tienen sentido. ¿Por qué nos mutilamos de esa manera? ¿es en verdad tan feo el vello? Yo quisiera no depilarme más, quisiera la libertad que tienen los hombres de vivir en armonía con sus pelos y no estar torturando constantemente a mi cuerpo.

Ben Hopper es un fotógrafo inglés que ha retratado mujeres con vellos en las axilas. El resultado es maravilloso.

“No quiero decir que me gustaría que las mujeres se dejen crecer el vello axilar”, comentó Hopper a un diario. “Es sólo que creo que es una posibilidad que las personas no deberían descartar. Me gustaría que la gente cuestionara los estándares de belleza establecidos”

http://therealbenhopper.com/Projects/Natural-Beauty/1/thumbs/

Pero veamos un poco la historia de la depilación femenina. No he logrado averiguar nada sobre el tema de depilación en el antiguo Perú, en el prehispánico por lo pronto. Sin embargo, entre mis búsquedas me encontré con la tesis de Kirsten Hansen, estudiante de la Universidad de Columbia, sobre la historia de la depilación femenina en Estados Unidos.

“La primera publicidad de productos depilatorios dirigidos hacia mujeres en Estados Unidos apareció en la década de 1840. Un hombre llamado Doctor Goraud usó periódicos en Nueva York para publicitar su depilador casero que necesitaba ser mezclado con agua y aplicado sobre la piel. Publicidad parecida apareció en la revista Harper’s Bazaar. En una en particular, en la edición de diciembre de 1908, la promotora Madamme Julian, promocionaba su remedio casero para la remoción del vello y prometía “Todo vello en el rostro y en los brazos permanentemente destruido. Garantizado”

Para leer la tesis completa en inglés, ingrese aquí:

Click to access kirstenhansenthesis.pdf

En este mismo documento la autora hace referencia al trabajo de Victoria Sherrow en su Enciclopedia del Cabello: Una historia Cultural, donde se asegura que las mujeres del antiguo Egipto, Grecia y Roma removían todo el vello de su cuerpo, exceptuando el cabello y las cejas. En Egipto las mujeres usaban cera de abejas o cremas depilatorias alcalinas para remover el vello de sus piernas. En Egipto también, las mujeres se depilaban el vello púbico, igual que en Grecia, porque según Sherrow, se pensaba que la presencia de pelo en la zona íntima era incivilizado. Pero la cosa no quedaba sólo allí, en otros países como Turquía, Palestina y el Libano, las novias debían remover todo el vello de su cuerpo la noche anterior al día de su casamiento.
Como vemos, a mayor o menor escala, la aversión al pelo en el cuerpo es un tema mundial hace rato. Sin embargo, y para placer de muchas, algo se está cocinando en ese campo y es que aparentemente hay una subversión contra la depilación forzosa. Nuevamente, si usted está a favor de arrancarse el vello, enhorabuena, yo estoy explorando otras opciones, para informar a ávidas niñas sobre todas las posibilidades que hay.

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La gran Madonna causó revuelo hace poco con esta foto en Instagram y con ello se sumó a una cantidad de celebridades norteamericanas que están prestas a abandonar cuchillas, ceras, cremas y demás por dejar su vello crecer salvaje y feliz.

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No sé cuál será el camino elegido por mis hijas si el de la subversión folicular o más bien continuar con el ejemplo de nuestras amigas romanas. Pero sea lo que fuera que elijan, me gusta pensar que estaremos abiertas a las posibilidades y que quizá experimentemos juntas, a través de mi cuerpo, cómo se ve y cómo se siente liberarse del castigo de la depilación. Aunque sea sólo por probar.

El problema soy yo

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Mujer que me lees (digo mujer porque con los hombres es otra la historia): Si te pidiera que me describas tu cuerpo en una sola palabra ¿cuál sería? Estoy segura que por lo menos 8 de cada 10 mujeres responderíamos con un adjetivo negativo: fofo, grande, gordo, celulítico, flácido, grasoso, mofletudo, marcado, viejo, pequeño, etc. ¿En qué momento se instaló en cada una de nosotras la idea de que el cuerpo perfecto es el de las revistas, delgado, atlético, 90, 60, 90? Mi niña de nueve años tiene 59 cms de cintura, ¿a quién y por qué se le ocurrió que las mujeres adultas debíamos mantener ese mismo ancho ad eternum?, ¿A qué tipo de crueldad o misoginia responde eso?
Me pregunto esto porque mis hijas están creciendo y no quiero que ellas, como yo y como muchas mujeres, vivan y crezcan presas de la locura y frustración que significa mantener un cuerpo de adolescente la vida entera.
Los seres vivos cambiamos y los mamíferos lo hacemos aún más, nacemos, crecemos, gestamos, parimos y amamantamos a nuestras crías. Nuestros cuerpos maravillosos se adaptan y renuevan frente a todos los retos que la vida les presenta y nosotros lejos de celebrarlos, lo único que tenemos para ellos son calificativos denigrantes.
¿De dónde viene esta crueldad? Echarle la culpa únicamente a los medios me parece un facilismo, por supuesto que aportan con estas imágenes irreales de mujeres en poses estrambóticas, pero mucho viene de casa. Yo recuerdo haber escuchado a lo largo de mi vida frases como “nunca se puede estar demasiado flaca” o “no existe nada más rico que el escuchar que alguien te diga lo flaca que estas” o “estás regia, flaquísima”. Estas frases son una sentencia y el peor verdugo somos nosotras mismas. Entonces el problema soy yo. Vean este testimonio de una madre en la disyuntiva si usar o no ropa de baño.

http://www.huffingtonpost.com/jessica-n-turner/moms-put-on-that-swimsuit_b_5521937.html?ncid=fcbklnkushpmg00000037

Pensar que nuestros cuerpos son inadecuados nos anula como seres humanos. Nos hace sentir incómodas en nuestra propia piel, nos arranca el placer inmenso que la naturaleza nos ha regalado al darnos un cuerpo acariciable porque lo escondemos, lo escondemos por vergüenza. Yo no quiero eso para mis amadas hijas y estoy segura que ustedes tampoco.
Lo más triste es que no somos sólo mujeres adultas o madres quienes luchamos y perdemos en esta batalla insana contra la naturaleza de nuestros cuerpos, son las más jóvenes las que se llevan la peor parte: En el 2011 en el Perú 800 mil adolescentes vivían víctimas de la anorexia y la bulimia.

http://www.abintperu.com

Estas son algunas cifras estadísticas de cómo está la situación en América Latina:

9 de cada 10 personas que sufren anorexia son mujeres
1 de cada 6 personas que sufren bulimia son hombres
5 de cada 100 mujeres adolescentes en México sufre anorexia o bulimia
Según el sector salud en México, cada año se registran 20 mil nuevos casos
800 mil jóvenes en escuelas en el Perú sufren estos trastornos
2 de cada 100 adolescentes en Colombia sufren anorexia
En Bogotá 10% de las jóvenes sufren anorexia o bulimia
1 de cada 100 mujeres en Argentina sufren anorexia

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los trastornos alimenticios son la tercera causa de muerte en adolescentes, después de los accidentes de tránsito y la adicción a las drogas.
Mis hijas y yo veíamos la televisión hace poco y nos bombardeó una publicidad de estos aparatos para bajar de peso en tres semanas, “tenga el cuerpo con el que siempre soñó” decía el eslogan. Una mujer operada aparecía como modelo del resultado. Eso no sólo es falso, sino que hace daño a niveles que ni siquiera sospechamos. Quisiera celebrar mi cuerpo, nuestros cuerpos, tal y como son. Si le gusta el deporte, enhorabuena, pero si no le gusta, bien también.
Yo sé que no puedo cambiar el mundo, pero si puedo ayudar a mi hijas a disfrutar más del suyo y para lograrlo debo cambiar el mío también. A partir de hoy celebraré cada día una parte de mi cuerpo, pensaré en la mañanas que me veo linda en lugar de pensar que me faltan cuatro kilos para llegar a mi peso, dejaré de hablar de dietas y trataré de no celebrar la delgadez ajena. Tal vez, con el ejemplo, pueda liberarlas de esta locura auto impuesta. Tal vez logre que cuando sean adultas miren sus cuerpos con satisfacción, con orgullo y con agradecimiento por la tremenda aventura que nos permiten vivir.
Con placer, la charla de Jade Beall con respecto a los cuerpos de las madres. Muéstrenlo, compártanlo, hagamos revolución.

Esto es parte de su trabajo:

Pasión de pasiones

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Es la primera vez que mis hijas han esperado con tanto apasionamiento un mundial de fútbol. Ya están grandes y entienden o por lo menos reconocen, la pasión que el fútbol genera. Lo ven en su padre, lo hemos perdido al fútbol. Su corazón sólo bombea durante los partidos, los entretiempos simplemente sobrevive.
La más pequeña contaba los días previos al inicio del mundial, “faltan diez” gritaba en la mañanas, “faltan cinco”, “¿mami el jueves es el mundial no?, si amorcito, el jueves se inaugura, pero dura todo un mes”. No importaban las explicaciones, lo único relevante era que estaba por inaugurarse algo mundial, algo que nunca antes habían podido disfrutar con entendimiento.
Finalmente la Copa del Mundo se inauguró y comenzaron estos 64 partidos que nos tienen a todos presos de nuestros televisores. Yo soy bastante feliz con el tema, me encanta el fútbol. Es uno de los pocos momentos donde uno abraza su lado salvaje y se entrega a las bajas pasiones del odio y la venganza. Los futbolistas son los gladiadores de nuestra época y los coliseos vienen con sistema de audio surround y recontra archi full HD. Sin embargo, y a pesar de la tecnología, mis niñas se quedaron con la sensación de que no se habían colmado su expectativas con respecto al mundial, ¿por qué es tan importante el fútbol? me preguntaron. ¿Por qué debemos ver los partidos? ¿por qué el papi grita tanto si ni siquiera está jugando Perú?
Les he explicado ya de mis esfuerzos por alejar a mis hijos de mi cinismo, entonces lejos de comenzar mi discurso lapidario sobre los millones de millones que están en juego en este deporte que alguna vez fue noble, de la corrupción de la FIFA y sus intereses bajo la mesa, de la cantidad de publicidad que nos venden a cada segundo mientras uno cree que está viendo un partido y de lo estúpidamente altos que son los sueldos de los futbolistas, entre otros, decidí callar y prometerles una respuesta constructiva. Utilicé entonces mis noches últimamente solitarias (mi esposo devora todas las repeticiones de los partidos del día, a pesar de haberlos visto ya) para buscar una respuesta. Llegó a mi con facilidad: la pasión.

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El fútbol es importante, relevante, es maravilloso, un milagro, una condena, todo y más por la pasión que genera. Claramente yo no soy quien para graficar certeramente lo que el fútbol es capaz de lograr, me hace falta mucha pluma y mucha experiencia sobre el tema y porqué no, mucha pasión también. Debo reconocer que hoy por hoy soy una fanática del basquetbol (estoy en busca de una figurita de Manu Ginobilli para poner junto a la foto de mis hijos en mi billetera) y creo que para los futboleros de verdad eso podría ser catalogado como traición.
En mi búsqueda encontré varios exponentes de este apasionamiento, pero entre ellos recordé un cuento magistral, una obra maestra, quizá uno de los mejores cuentos escritos alguna vez sobre el fútbol, “19 de diciembre de 1971” del escritor y humorista argentino Roberto Fontanarrosa, el Negro Fontanarrosa.
El cuento narra el día del partido en el que Rosario Central vence 1 a 0 a News Old Boys, un clásico del fútbol rosarino y aunque el relato es una ficción, es un ejemplo maravilloso del amor hacia un equipo.
El cuento va de cómo unos hinchas del Rosario secuestran al viejo Casale, (quien aseguraba nunca haber visto perder al Central en un clásico contra el Newell’s estando él presente) y lo llevan con engaños al partido a pesar de que el viejo sufría una enfermedad cardíaca.

¡La cara de felicidad de ese viejo, hermano, la locura de alegría en la cara de ese viejo! ¡Que alguien me diga si lo vio llorar abrazado a todos como lo vi llorar yo a ese viejo, que te puedo asegurar que ese día fue para ese viejo el día más feliz de su vida, pero lejos lejos el día más feliz de su vida, porque te juro que la alegría que tenía ese viejo era algo impresionante! Y cuando lo vi caerse al suelo como fulminado por un rayo, porque quedó seco el pobre viejo, un poco que todos pensamos: “¡Qué importa!” ¡Qué más quería que morir así ese hombre! ¡Esa es la manera de morir para un canalla! ¿Iba a seguir viviendo? ¿Para qué? ¿Para vivir dos o tres años rasposos más, así como estaba viviendo, adentro de un ropero, basureado por la esposa y toda la familia? ¡Más vale morirse así, hermano! Se murió saltando, feliz, abrazado a los muchachos, al aire libre, con la alegría de haberle roto el orto a la lepra por el resto de los siglos! ¡Así se tenía que morir, que hasta lo envidio, hermano, te juro, lo envidio! ¡Porque si uno pudiera elegir la manera de morir, yo elijo esa, hermano! Yo elijo esa.”

Fragmento de 19 de diciembre de 1971, por Roberto Fontanarrosa.
Leer cuento completo aquí: href=”http://www.negrofontanarrosa.com/publica/cuentos/fp_cn_t.asp?id=17″

Pero el fútbol no sólo induce a una muerte dulce, aparentemente también puede salvar vidas.
De casualidad y mientras le daba de lactar a mi pequeño vi que ESPN estrenó hace unos días un capítulo de su serie “Destino Fútbol” llamada “Millonarios: Gritos de Libertad” dónde se cuenta la increíble historia que vivieron Luis Mendieta (Coronel de la Policía de Colombia), Enrique Murillo (Capitán de Policía) y Alan Jara (Gobernador del Departamento de Meta) durante el tiempo que vivieron secuestrados por las FARC en la selva colombiana.
El documental cuenta cómo el ser hinchas de Millonarios logró ayudar a estos hombres a sobrevivir las desgracias de su cautiverio y no morir presos de la desesperación y agonía de su soledad en la selva colombiana. Lloré de emoción, bonito por demás.

Ver Video Promocional:
href=”http://www.youtube.com/watch?v=Qd24GryQL_8″

Podría continuar con esta recopilación hasta el fin de los tiempos, pero la idea es darles una respuesta a mis hijas de nueve y seis y mantener su capacidad de atención en ese tiempo y al mismo tiempo compartir un poco de estos placeres con ustedes.
No pretendo reivindicar nada del fútbol, motivos para criticarlo sobran, sin embargo, nadie pudo jamás anticipar lo que se estaba gestando cuando aquel 30 de noviembre de 1872 se jugó el primer partido oficial entre selecciones entre Escocia e Inglaterra.
Me da gusto que mis hijas crezcan en un mundo en donde el fútbol no es más cosa sólo de hombres y saber que cuando les explique de dónde viene esta pasión pueden reconocerse o no como futboleras y perseguir o no esa pasión con igual libertad.

“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”

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Más allá de cuál fue y sea mi posición con respecto a la religión, esta frase, mandamiento, dogma, me parecía una forma bastante correcta de andarse por el mundo. Se trataba de respetar, querer, considerar y entender a tu prójimo con la misma dedicación con la que te atendías tu mismo. Cuando mis hijos llegaron al mundo pensé que ese era una de las características a tratar de inculcar en ellos. Suena más fácil de lo que es. 

Resulta que el prójimo es, en la mayoría de los casos, espantoso. Es espantoso consigo mismo y por ende con los demás. Sobretodo si el prójimo es hombre y uno es mujer. 

Mi hija mayor tiene casi nueve años y la segunda seis y mi compañero y yo estamos tratando de mostrarles la sexualidad como una manifestación de amor, un impulso que cuando se combina con cariño puede cambiar el universo. ¿Lindo no? Bueno, he llegado a la disyuntiva de tener que explicarle que el sexo también puede ser utilizado como un arma, que puede ser forzado sobre uno y que lejos de ser una fuerza movilizadora, puede convertirte en una víctima de violencia. Todo esto porque resulta que el prójimo, de quien hablábamos al inicio, puede hacerte un daño muy muy grande. 

En este país la violencia de género es enorme y está enraizada en la sociedad a niveles que ni siquiera sospechamos. Estamos tan acostumbrados a ella que se ha convertido en una amenaza invisible. El Instituto Nacional de Estadística e Informática, INEI, reveló el año pasado que el 37% de mujeres entre 15 y 49 años ha sido alguna vez víctima de violencia física y/o sexual por parte de su esposo o su pareja. Esto significa que casi 4 de cada 10 mujeres ha sido golpeada o violentada sexualmente por aquella persona que dice amarla, por el padre de sus hijos, aquel que dice ser su mejor amigo. Pero por qué digo que es invisible, porque en esa misma encuesta se reveló que casi el 80% de estas mujeres violentadas volvería al lado de sus parejas abusivas. Entonces, ¿por dónde empiezo con mis pequeñas? 

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Incluso me podrían decir, “ya pues, pero esa violencia no se da a todo nivel, hay tema de estratos sociales, educación, nivel cultural, etc”, está bien, hablemos entonces del acoso sexual callejero. En esa estadística entramos todas. A mi me ha pasado, caminando por la calle con mis hijos, que algún prójimo me grite obscenidades ¿qué haces con ese detalle?, ¿qué haces con el taxista de al lado que te hace muecas sexuales cuando el semáforo está en rojo?, ¿qué haces con el tipo que desde el micro mira hacia tu carro y se agarra los testículos mostrándotelos sobre el pantalón?, todo esto con tus niños en el auto.  O cuando vas en el micro, combi o metropolitano de turno tratando de llegar a casa o al trabajo y a alguien se le ocurre que como llevas un pantalón apretado tienen derecho a sobarse contra tu nalga, ¿cómo se inculca respeto por los demás en esa situación? 

Hoy, gracias al revuelo que causó la denuncia de Magaly Solier con respecto al masturbador del metropolitano, hay todo un debate sobre qué hacer al respecto. Me parece bien que Magaly haya denunciado, pero me enferma que las autoridades se rasguen las vestiduras en horror porque esto pasa desde siempre. Siempre ha sido igual. 

Una encuesta de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) revela que 7 de cada 10 mujeres han sido víctimas de acoso sexual callejero. Esa cifra aumenta en la capital donde las víctimas son 9 de cada 10 mujeres. 

En esa misma encuesta se revela que el 76.9% de hombres creen que las mujeres que se visten provocativamente están exponiéndose a que se les falte el respeto en la calle, mientras que el 61.6% de hombres creen que una mujer debe sentirse halagada si recibo un piropo bonito de un desconocido en la calle. Así también el 41.1% de hombres creen que mientras un hombre no toque a una mujer desconocida, lanzarle piropos o mirarle de una forma persistente e incómoda está permitido. 

Mi amigo Tito Castro escribe hoy una columna en un diario local hablando sobre la separación de vagones para mujeres y de cómo en Brasil no ha dado los resultados esperados. En su relato contaba que un hombre de veintitantos años había sido arrestado por eyacular en las piernas de una mujer. El hombre aseguró que no pudo aguantarse hasta llegar a su casa. Mi esposo me leía esto mientras yo preparaba el desayuno del bebé, creo que no pudo ver mi cara de horror, tuve ganas de huir, de dejarlo todo y salir corriendo.  La sangre me hervía. “No construyo nada así, no me da la gana, nada de prójimos, nada de amor, son todos unos malditos, agarraré un sable y les volaré la cabeza a todos aquellos que se atrevan a mirar a mis hijos, a desearlos mal. Arrancaré sus cueros cabelludos con mis propios dedos y los colgaré del árbol que está afuera de mi casa para que todos sepan que nadie puede meterse con mis hijos. Mientras que a ellos me los llevaré lejos, donde no haya nadie, a la luna”…y después hubo silencio. 

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La tristeza de no tener ninguna esperanza en el ser humano es algo que no quiero transmitirle a mis hijos. Quiero que crezcan en paz con su propia naturaleza, confiando y entendiendo también que debemos cuidarnos, que no todo el mundo es digno de confianza. Espero encontrar la sapiencia para lograrlo.

Una mamut

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Cuando me inicié en esta aventura de la maternidad lo hice sin querer, como nos ha pasado a muchos. A pesar de la dificultad del arranque inicial mi familia siguió creciendo felizmente. Hoy somos cinco y cada vez que los veo a todos juntos me pregunto cómo era la vida antes de esta locura.
Hoy vivo sobrepasada, sobrepasada por las tareas dentro y fuera de casa, estoy segura que la única razón por la que no pierdo mi cabeza todos los días, junto con las llaves del carro, es porque está pegada a mi cuerpo y no recuerdo ninguno de los números telefónicos que muy responsablemente aprendí de memoria para ser usados en caso de emergencias. Mis hijos tienen desde nueve años hasta seis meses de edad y estoy a punto de perder el sentido del oído intencionalmente.
Cuando el tercero de mis pequeños llegó a mi vida, mi amiga del alma, Ximena, me bautizó como mamut. Me dijo claramente que las mujeres que teníamos más de dos hijos no éramos sólo mamás, sino mamuts.
Al comienzo debo aceptar que no me gustó nada la imagen del mamut. Pensé que podría haber escogido un animal más moderno, por decir lo menos. Sin embargo, he llegado a entender y abrazar mi nueva identidad. Soy una gigante, pesada y polvorienta paquiderma.
Me gusta pensar que las mamuts no nos extinguiremos como nuestros antiguos pares, sin embargo es cada vez más difícil encontrar mujeres jóvenes con más de dos hijos.
Este blog busca crear una comunidad virtual, dónde depositar nuestras dudas, preguntas, incertidumbres, errores y ataques nerviosos que vienen de la mano con la vida en familia.
No voy a inventar la pólvora, sino mas bien contarles desde mi mirada de mamut, cómo veo la vida y compartir entre todos las vicisitudes de esta loca aventura del diario despertar.